Cómo afectaron las epidemias y los problemas de agua de los siglos XIX y XX a la Marina Alta Cómo afectaron las epidemias y los problemas de agua de los siglos XIX y XX a la Marina Alta
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Cómo afectaron las epidemias y los problemas de agua de los siglos XIX y XX a la Marina Alta

12 de septiembre de 2021 - 08:00

El agua es fuente de vida e indispensable para satisfacer las necesidades básicas del hombre y de la mayoría de las actividades humanas, tanto agrícolas como industriales. Es un recurso primordial, natural e irremplazable, no ampliable por la mera voluntad del hombre. Es uno de los recursos más importantes de nuestro planeta que pertenece a la Humanidad del que todos tienen derecho a beneficiarse y a todos nos atañe el velar por una correcta gestión y uso. Es de suponer, que las primeras civilizaciones debieron soportar grandes dificultades en acceder al agua e ingeniárselas de qué forma aportarla donde se establecían, debido a ello y siempre que fuera posible intentaban ubicarse cerca de los ríos, fuentes y manantiales. En la época romana, ninguna ciudad era fundada donde no pudiera llegar agua en abundancia y de calidad.

El escritor, naturalista y militar romano Plinio el Viejo, (Gayo Plinio Segundo) –Historia Natural, XXXI, 4–, pronunció: “Son las aguas las que hacen la ciudad”

Como recurso natural, es uno de los elementos que en mayor o menor manera ha contribuido y contribuye a que en el mundo existan zonas de gran riqueza y zonas de extrema pobreza. Desde la más remota antigüedad, el acceso al agua se ha convertido en una fuente de poder y de conflictos, su mayor hándicap es la desigualdad que existe entre su disponibilidad y su demanda, su consumo es muy superior a la oferta. Su demanda y consumo sigue creciendo diariamente debido al constante aumento de la población humana, así como por la actividad agrícola, industrial y turística. Pero los recursos hídricos se mantienen limitados. En aquellas zonas donde el agua ha sido muy escasa y las lluvias insuficientes, para asegurarse su supervivencia y el riego de sus campos, los humanos siempre han asumido plantearse el cómo obtenerla, almacenarla y distribuirla.

Por la afinidad que los habitantes de la antigua Roma tenían con el agua, la higiene y los baños, podría expresarse, que los romanos fueron ya pioneros en Ingeniería Hidráulica, así como en buscar las soluciones necesarias para aportar agua corriente y potable a sus casas, baños, fuentes públicas, etc. También realizaron grandes obras de carácter general para su mejor gestión y uso, destacando la construcción de presas para su retención artificial y almacenamiento, construcción de cisternas subterráneas, baños “termas”, edificación de acueductos, salvando de esta forma las depresiones del terreno con la finalidad de que soportasen una conducción o canalización de agua.

Durante los periodos de dominación romana y musulmana se realizó una notable gestión en el uso del agua, pues la finalidad del baño entre la población musulmana obedecía a una cuestión religiosa, y la higiene era necesaria para realizar las oraciones diarias. Pero muchas de las infraestructuras y sistemas de tratamiento de las aguas establecidas se abandonaron o dejaron de ser utilizados posteriormente en la Edad Media. A mediados del siglo XIV, entre 1346–1347, estalló la mayor epidemia de peste de la historia de Europa.

Los médicos del siglo XVI creían que el agua, sobre todo caliente, debilitaba los órganos y dejaba el cuerpo expuesto a los aires malsanos, y si penetraba a través de los poros podía transmitir todo tipo de males. Incluso empezó a difundirse la idea de que una capa de suciedad protegía contra las enfermedades, por lo que, el aseo personal debía realizarse “en seco”, sólo con una toalla limpia para frotar las partes visibles del organismo. Narran, que el baño se utilizaba poco, por esto se utilizaban los abanicos, que no sólo refrescaban, sino que espantaban los malos olores y los insectos que salían de las faldas de los trajes de muchas doncellas.

Esta desidia en su gestión, provocaría el que numerosos núcleos de población se transformaran posteriormente en asentamientos inhumanos, fétidos e insalubres que favorecieron un fértil caldo de cultivo para catastróficas epidemias, manifestándose en ellas, una considerable cantidad de enfermedades provenientes muchas de ellas por la falta de una correcta higiene, tratamiento del agua y sistemas de distribución, pues el tratamiento de los residuos y excrementos no estaban bien regulados, esparciéndose muchos de ellos directamente a la calle. Al incremento de esta insalubridad, también debió contribuir la excesiva cantidad de animales que durante épocas deambulaban por las calles de los pueblos y ciudades –gallinas, patos, ovejas, cerdos, caballerías u otros animales que servían para las labores agrícolas o tiraban de los carros, a los que una vez terminaban su jornada de trabajo se les encerraba en los corrales de las viviendas–, si ello no fuera ya suficiente, los carniceros y matarifes del momento también solían sacrificar muchos animales en la vía pública de los pueblos.

Antes de que llegara la revolución hidráulica del siglo XIX, muchos pueblos y ciudades españolas carentes de alcantarillado y con el pavimento de sus calles de tierra, fueron auténticos vertederos convertidos en inmundos y fétidos lugares. A las calles se tiraban las aguas sucias por la ventana a la voz de “agua va”, lo cual obligaba a caminar mirando hacia arriba, con cierta frecuencia, en muchas de ellas corrían riachuelos de aguas “servidas” (fecales). Estas aguas y/o residuos, posteriormente se secaban durante el verano y con las lluvias del invierno se diluían mezclándose con la tierra del pavimento, lo que las convertía en unos lodazales de barros fétidos, inmundos e insalubres. A fomentar estos percances, también debió contribuir el que fuera costumbre ancestral de muchos labradores de nuestros pueblos el tender a secar al sol en las calles y aceras parte de algunas de sus cosechas.

La historia de la Cueva de la Señora de Benimeli

Durante la epidemia de cólera de 1834, que afectó de manera periódica a las poblaciones del norte de España, eran muchos los que abandonaban las grandes ciudades huyendo de la epidemia. Describen, que ese mismo año llegó a nuestra comarca procedente de Zaragoza una ilustre señora llamada Dionisia Torres García de Navasqüés, –viuda del Teniente Coronel D. Antonio Barta Estébanez–, para resguardarse de la epidemia. Y, careciendo la subcomarca de la Rectoría de instalaciones apropiadas para preservar a la población de una contaminación, establecieron que la mujer se mantuviese en cuarentena una cueva cercana de Segaria.

La señora fue asistida inicialmente por la familia Mut-Torres «Pedro Mut Ripoll y Josefa Torres Serena» con la que mantenía algún parentesco, pero finalmente falleció en la misma el 6 de noviembre de ese año. Al poco tiempo, su asistente Pedro Mut también murió por la pandemia, así como 18 personas más de la zona. En recuerdo a estos sucesos, a la mencionada cueva se la conoce en la actualidad como a la Cueva de la Señora.

Cómo afectaron las epidemias del siglo XIX y XX en la Marina Alta

En el último tercio del siglo XIX, las condiciones para la salud en la zona de Dénia (Marina Alta) no eran de las más recomendables. Durante el verano de 1885, se vivieron momentos dramáticos con la aparición del cólera en la zona de Dénia, que provocó muchas muertas. Esta situación se repetiría por el 1890 y el 1892. Además, el invierno de 1885 fue muy lluvioso y la epidemia de cólera afectó en cierto grado a diversas poblaciones de la Marina Alta, entre otras atacó gravemente a la población de Pego. La epidemia que afecto a Pego duraría hasta el veinte de agosto y afectaría a más de 1000 personas, de las cuales fallecieron 454.

Posteriormente, entre los años 1918 y 1920, se produjo la mal llamada “Gripe Española” o también denominada “La Cucaracha”, pandemia que no comenzó en España y que mató a más de 40 millones de personas en todo el mundo. Se presentaba de repente con un ascenso rapidísimo de la temperatura corporal, afectaba a la nariz y garganta y rápidamente pasaba al pulmón produciendo pulmonías fulminantes. Un siglo después aún no se sabe a ciencia cierta cuál fue el origen de esta epidemia que no entendía de fronteras ni de clases sociales.

El médico Augusto Gómez Porta, persona que también fue alcalde de Dénia en diversas épocas, entre 1897 y 1925, demostró una honda preocupación por las epidemias que no daban tregua en los barrios populares de Dénia. De esto queda constancia en el libro de actas de la Junta Municipal de Sanidad y en los registros de entrada y salida de documentos del Ayuntamiento de Dénia.

Afortunadamente, a medianos del siglo XIX principios del XX empezaron a desarrollarse procesos educativos orientados a mejorar y vigorizar comportamientos sanitarios en las grandes poblaciones, así como en zonas rurales. A medida que se fueron descubriendo las bacterias que provocaban las enfermedades de la peste, cólera, tifus, fiebre amarilla etc., se percataron que era posible protegerse de ellas con medidas tan simples y sencillas como la de lavarse las manos y practicar el aseo diario con agua y jabón.

Los problemas de agua potable y alcantarillado en la Marina Alta tras la Guerra Civil

Terminada la Guerra Civil, los pueblos de la Marina Alta padecían numerosas carencias, el pavimento de las calles era de tierra y cuando llovía muchas se convertían en un lodazal de barro, –en muchas, corrían riachuelos de aguas sucias “servidas”–.

  • Muchas carecían de agua corriente potable en los domicilios, para cubrir las necesidades cotidianas de la familia –beber, el aseo y cuidado personal–, las personas tenían que ir con el cántaro a recogerla a los manantiales, fuentes o pozos.
  • Muchas casas de nuestros pueblos no reunían las condiciones higiénicas idóneas, la mayoría de nuestros pueblos no disponían de instalaciones adecuadas –cuartos de baño, ducha o bañera–, las personas solían realizar el aseo personal en el patio, la habitación o en la buhardilla “cambra”. Las mujeres lo realizaban mayormente en la habitación cuando no había nadie que las viese o molestase.
  • Muchos pueblos carecían de alcantarillado. Tampoco disponían del típico inodoro, por lo que los componentes de la familia tenían que realizar las necesidades fisiológicas en las letrinas “l'excusat” hasta la llegada de los novedosos “inodoros-retretes”.
  • Para lavar la ropa, las mujeres tenían que desplazarse a los ríos o acequias del término municipal donde circulaba agua de sus fuentes. En las épocas de regadío también solían lavarla en las acequias de los motores de riego. Y como detergente para lavar a mano solían utilizar el jabón artesanal que ellas mismas confeccionaban.

Sin embargo, tanta suciedad no era posible que pudiera durar eternamente, más y cuando las muertes y los desagradables olores amenazaban con desmantelar la civilización, pero no tardarían en llegar los avances científicos y las racionales ideas que estimularían a que se fueran instalando letrinas individuales y colectivas en las casas y locales públicos. Al mismo tiempo, se prohibió que se arrojasen las suciedades por las puertas y ventanas de las casas, al tiempo que se aconsejaba a los habitantes de las poblaciones que depositaran la basura en los espacios asignados para tal fin.

Toda la serie de percances y epidemias descritas, unidas a las penosas condiciones higiénico-sanitarias que manifestaban algunas poblaciones de la época, propiciarían que los balnearios volvieran a ser valorados de nuevo en la vida cotidiana de las personas de nuestros pueblos, como el Balneario del Molinell en nuestra comarca de la Marina Alta.

Bibliografía:
Carlos Cardona Doménech; Libro “Historia y Costumbres de Sagra” 2018. Págs. 111–116”
Tomás Mut, Inspector Municipal y Subdelegado de Medicina del distrito de Denia. “Archivo Municipal de Dénia. 1894/1924 – II”. 26 de enero de 1924
Dossier de prensa de la Universidad de Alicante. Información de 7 de diciembre de 2003; Rosa Ana Perelló
Lull. Vivencias de Benimeli, pág. 131.

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