El 2025 ha comenzado en la Marina Alta con la amarga noticia del cierre de dos de las pocas pescaderías de toda la vida que quedaban. Los comercios de la familia Viciano han estado presentes en el tejido local de Pego y El Verger desde hace más de 50 años y ahora han concluido una larga vida de trabajo y esfuerzo. «Terminó 2024 y terminamos nosotros», cuenta con nostalgia María Dolores Viciano Rodríguez, una de las dueñas de Pescateria Viciano (o Doloretes) en El Verger.
Ella, su hermano, Antonio Viciano Rodríguez, y su cuñada, María Luisa Nieto Soler, regentaban los locales ya cerrados. El motivo no ha sido ningún infortunio, todo lo contrario, la jubilación se ha abierto paso para dejarles disfrutar a partir de ahora de nuevos horizontes.
Los retos del negocio familiar
Aunque eso sí, sin fundamentos que hayan alentado a sus descendientes a tomar el relevo. «Desde hace 15 o 20 años todo comenzó a complicarse más», asegura María Dolores. En las más de cinco décadas de historia del negocio, la familia ha visto cambiar los hábitos de consumo de la ciudadanía. «A medida que abrieron grandes supermercados, se volvió difícil competir. Antes vendíamos cajas de sardinas de 30 kilos, ahora las cajas son de 5 kilos y, a veces, ni eso. La sociedad ha cambiado, y la juventud consume mucho menos pescado que antes».
Las superficies comerciales más grandes han afectado al comercio local de proximidad en todos sus ámbitos, concentrando la oferta en un solo espacio. Aunque no ha sido la única causa que ha llevado a la familia a afrontar complicaciones para mantener vivo el negocio a lo largo del tiempo. El paro biológico o las nuevas normativas «han afectado a la rentabilidad. Las cosas han cambiado muchísimo desde que empezamos».
María Dolores no pasa por alto las restricciones en materia de pesca de la Unión Europea. «¿Qué empresa puede sobrevivir trabajando solo un mes al año? Estas restricciones afectan a los barcos y, como consecuencia, a todos los negocios derivados». Las pescaderías Viciano siempre han trabajado con producto local en la medida de lo posible, pero en algunos momentos se han visto en la necesidad de traer pescado de otros lugares, como Castellón, València o incluso el norte de España, cuando no había suficiente en las lonjas de la Marina Alta.
De la venta ambulante de pescado a comercios de referencia
Pero lejos de quedarse en los malos momentos, nuestra entrevistada recuerda con cariño los comienzos. Fue con la iniciativa de su padre, Antonio Viciano Sansaloni, como las pescaderías comenzaron su andadura. Él, como la mayoría de personas entre los años 70 y 80, trabajaba en el campo, hasta que un conocido le alentó a probar en el negocio del pescado.
«Mi padre hacía dos jornales diarios en el campo, era muy trabajador. Decidió probar suerte, compró una caja de sardinas y se fue a venderla por los pueblos. En unas pocas horas había vendido toda la caja y ganó lo mismo que trabajando dos días en el campo», narra María Dolores. Fue en el Mercado Municipal de Pego donde montaron la primera pescadería. Más tarde, «le propuso a mi madre que probara en El Verger. Empezaron vendiendo por las calles con un carrito». Finalmente, allí abrieron el segundo local, con su esposa, Dolores Rodríguez Chesa, al frente.
«Cuando mi hermano terminó el servicio militar, hace unos 45 años, abrió junto a mi padre otra pescadería en Pego. Después, con la jubilación de otro pescadero, nos quedamos con su local y abrimos la tercera». En 1990, ya tenían esas tres, la del Verger y sobre 1995 abrieron una dentro de un supermercado en Els Poblets, donde estuvieron unos diez años. Padre, madre e hijos se implicaron de lleno en el negocio familiar hasta convertirlo en un referente.
En Pego, las pescaderías abrían solo por la mañana, desde las cinco o seis de la mañana hasta la una del mediodía. Por la tarde, los Antonios se acercaban a la lonja para comprar el pescado del día siguiente. En El Verger, el horario era de mañana y de tarde, como una tienda convencional.
El negocio familiar fue tan bien acogido que incluso llegaron a abrir una pequeña tienda en la zona de les Deveses de Dénia, junto a la playa, para los meses de verano. «Era la mejor época del año. Desde junio hasta septiembre había mucha actividad. Durante ese tiempo, teníamos muchos clientes que venían de vacaciones a la playa, como gente de Alcoi, Madrid y València».
Han sido muchos años de historias, de fieles clientes y de un proceso de fuertes cambios para el negocio local hasta el cierre. «Es una mezcla de tristeza y alivio. El negocio formaba parte de nuestra vida, pero los tiempos han cambiado y mantenerlo era cada vez más difícil. Nos queda el orgullo de haber trabajado tanto y haber servido a tantas familias durante todos estos años».
María Dolores recuerda el último día de apertura con emoción en sus ojos. Muchas personas acudieron para despedirse y para comprar los últimos productos que quedaban. «Me pasé toda la mañana atendiendo. Lloré muchísimo. Fue muy duro, aún ahora me emociona», se despide.