El sábado 21 de octubre, la Casa de la Cultura de Ondara reunió a más de 60 lectores y lectoras de los diferentes grupos de lectura de la Marina Alta. Como en ediciones anteriores, el motivo del encuentro era escuchar de primera mano las explicaciones del autor sobre el libro que todos habían leído previamente. En esta ocasión, la novela seleccionada había sido La mirada de vidre (Bromera, 2019), por la que Anna Moner (Vila-real, 1967) recibió el Premio Ciudad de Alzira 2018.
Mónica Palacios, reconocida cuentacuentos de la Marina Alta, compartió un cuento de origen nigeriano en esta ocasión, resaltando la universalidad de las narraciones tradicionales y la importancia de compartir historias.
Luego, Moner deseó comenzar proyectando algunas fotografías de la Barcelona de principios del siglo XX. El objetivo de la autora era que los lectores pudieran relacionar las imágenes con las descripciones de la novela. Se trataba de una selección de fotografías de las principales calles de la capital catalana que, como señaló Moner, permiten contextualizar aspectos como la vestimenta o la forma en que se relacionaban las diferentes clases sociales de la época.
Para seguir analizando La mirada de vidre, Víctor Mulet y Llúcia Boronat, bibliotecarios de Gata de Gorgos y Ondara, respectivamente, quisieron preguntar a Moner sobre algunos aspectos de la obra, como la siniestra oscuridad y atrocidad presentes en la historia, que incluso, como confesaron algunos de los presentes, puso a prueba la capacidad de los lectores para continuar con el libro. A partir de estas y otras preguntas del público, Moner explicó que ella tiene plena confianza en los lectores y, por lo tanto, los trata como a ella le gusta que la traten como lectora. Por eso, la novela busca la incomodidad, transitando por el abismo nietzscheano, al que hay que mirar pero intentar no caer. Esta oscuridad, que incluye la venganza y la maldad, es, según la autora, donde se encuentra la belleza subliminal, es decir, ese horror que resulta agradable al lector. Además, reconoce que su intención es poner a prueba al lector, pero la literatura tiene ese gran potencial de acercarse de manera segura a situaciones no deseadas, ya que en cualquier momento, y a diferencia de la realidad, todo termina con un simple cierre de página. Como Moner confiesa, primero fue artista plástica y luego escritora, por lo que resulta inevitable relacionar esta formación artística con el tratamiento estético de su obra, en la que impera la dicotomía luz y sombra. Un tratamiento plástico que también se ha trasladado a la ilustración de la portada del libro, que ha sido una obra conjunta de ella y su compañero Sebastià Carratalà.
