Cuando se acerca el verano, muchos son los fans que se acuerdan de la mítica película Mamma Mia! por sus canciones pegadizas y sus paisajes paradisíacos y reservan unas vacaciones en Grecia queriendo vivir la experiencia de la película al completo. Sin embargo, existe un pueblo en la Marina Alta para aquellos que no se quieran ir tan lejos que parece sacado de la misma película.
Benissa es un municipio con la típica estética mediterránea que apenas supera los 12.000 habitantes. En los 4 km de costa de aguas turquesas con los cuenta se encuentran calas, playas de arena, grava o bolos, donde disfrutar del buceo, de los deportes acuáticos o simplemente tomar el sol.
Para los fans que quieran sentirse como Meryl Streep en Dacing Queen, pueden recorrer el Paseo Ecológico al ritmo de la banda sonora de la película. Se trata de un sendero que recorre la costa benissera hasta llegar a parajes como la Cala de la Fustera, el tesoro natural de la localidad.
La Cala de la Fustera, al igual que la Cala Pinets o la Cala Les Bassetes, presentan un azul turquesa intenso que invita a darse un baño en sus aguas y disfrutar del sol y el mar en un ambiente relajante. También son el sitio perfecto para tomar esas fotos «de postureo» para las redes sociales.
El casco antiguo, además, poco tiene que envidiar a ningún pueblo griego. El blanco predomina entre las acogedoras calles de origen medieval adornadas con altas palmeras verdes.
Entre sus calles laberínticas se puede descubrir a un hombre petrificado en el tiempo: se trata del Riberer, un homenaje a los benisseros que emigraban a pie dos veces al año hasta los campos de la Ribera del Júcar para la recolección del arroz.
Pero la principal atracción del pueblo es la conocida como «Catedral de la Marina Alta» o Basílica de la Puríssima Xiqueta i Sant Pere Apòstol, de estilo neogótico.
Y al igual que en la película, Benissa cuenta con una ermita desde la que disfrutar las mejores vistas, la ermita de Pedramala. La localización está incluida en Ruta de las Ermitas, que surge en el siglo XIX, cuando se construyeron pequeñas iglesias en las zonas menos pobladas como en Sta. Anna, Pinos, Benimarraig, Lleus, Benimarco y Pedramala, que no podían acceder al resto de núcleos urbanos.
Además, su interior presenta un curioso diseño: el blanco de sus paredes contrasta con el amarillo chillón del altar y los marrones bancos. Es el lugar perfecto para acabar el día con la luz del atardecer.